
Hoy te voy a contar sobre mi mayor fracaso del 2019, o al menos el que yo pensé que era un gran fracaso.
Creo que para nadie es raro que amo la cocina, disfruto viajar para conocer nuevos sabores y experimentar en casa con cuanto ingrediente caiga en mis manos.
Quizás ninguno aquí lo sepa, pero mi programa de cocina favorito sobre la faz de la tierra es Masterchef, por una simple razón: gente con pasión, como yo, puede llegar muy lejos.
El formato del programa busca a cocineros de casa, no chefs entrenados, para pulirlos y lograr su máximo potencial a través de masterclases.
Siempre me siento menos porque no tengo una instrucción curricular de cocina, he aprendido tratando de recrear sabores y a punta de equivocarme, un cursito aquí, otro allá y más de 50 libros de cocina que acompañan mis sueños. Aún así siento que mi opinión en temas gastronómicos no es más que eso, una opinión sin una base académica.
Nunca imaginé que en Panamá habría un Masterchef, nunca me sentí más emocionada por una posibilidad, porque al final participar no es más que eso.
Decidí audicionar y estaba increíblemente nerviosa, esa noche no dormí, no comí en todo el día antes; algunos por los nervios sienten mariposas, yo sentía dragones revoloteando dentro de mi.
Me aliste temprano, subí todo a mi carro y arranqué. Cada minuto que se acercaba a la audición yo moría un poquito de angustia, no es fácil poner en manos de otros tus sueños…
Llegó la hora, me apunté, me dieron un número y me ubique lo más atrás que podía, lejos de las cámaras, lejos de caras conocidas, solo buscaba que mi plato fuera el que hablara por mí.

El proceso es más largo y tedioso de lo que se ve en la tv y el sol es aún más implacable.
Nos dieron el pitazo de inicio y prepare mi plato en un 2×3, porque básicamente solo tenía que emplatar.
Luego vino lo bueno, pasaron las personas encargadas de probar todo, como entes sin expresión alguna. Te hacían una pregunta ó 2 y luego seguían su camino, mientras los dragones revoloteaban con fuerza. Entonces salen los jueces, apenas si prueban algunos platos… los ves pasar a tu alrededor y mueres un poquito por dentro cuando pasan de largo. Pero algo pasa y se devuelve, finalmente prueba mi plato, yo estoy entre emocionada y aterrada, no es cualquiera quien me esta juzgando, es alguien que sí sabe… que ya tiene una voz y experiencia.
Luego se retiran para estirar la tortura un poquito, mientras los que esperamos ya no sabemos ni como pararnos.

Salen y van entregando cucharas, hay risas, lágrimas y un revuelo de emociones. No solo mía, también de los que padecieron la espera conmigo. Mi mayor temor en ese momento era no llegar siquiera a obtener la cuchara, como podría darle la cara a quienes me piden consejos o tips para lograr algo en la cocina? Como podría animar a alguien a perderle el miedo a la cocina y atreverse? Me pasaban mil cosas por la cabeza mientras mi mamá, mi única barra, me miraba convencida de que yo era una ganadora, yo me desvanecía en dudas sobre de todo lo que había hecho hasta el momento.
Finalmente ocurre lo que más anhelaba con el alma, me rodearon las cámaras y me entregaron mi cuchara… jamás olvidaré la frase que lo acompañó: «Tu postre sabe a Panamá»
Yo recibí la cuchara con la mirada inexpresiva, sentí como desanime a las cámaras en busca de drama, solo miré a mi mamá que poco le faltaba para brincar la cerca y correr a abrazarme. Lo logré, estaba un paso más cerca de lograr mi sueño.
La espera de la llamada fue aún más caótica, agobiante y terrible de lo que yo esperaba, eso sumado a no poder compartir el secreto.
Llegó la llamada, llegó un casting y luego la llamada que me hizo la persona más feliz del planeta: la del día y hora de la primera grabación. Me sentí tan validada, sentí que todo lo que había hecho me había llevado a ese momento, a esa Victoria, porque yo solo buscaba ser parte, aprender de toda la experiencia que vendría consigo, ser «la de Masterchef»…
Pero luego el mundo se me vino abajo… «no puedes participar» «Ya trabajas con marcas» «Son las reglas de la franquicia, tendrías ventaja sobre los otros competidores» fue una llamada fatídica… mi sueño se partió en pedacitos y yo solo quería estar en mi casa y llorar como si me hubieran arrancado el corazón, nunca sentí tan claramente el agujero en el estómago del que uno escucha, ni sentí tan fuerte como mi dolor se volvió físico.
Quise tirar todo a la basura, no tenía fuerzas para continuar trabajando por mi sueño, no quise cocinar más… desee con todas mis fuerzas no haber participado… ya tenía el vestido que me pondría, ya había practicado mi plato… ya me sentía parte…
Esto es lo que pasa cuando dejas que tu sueños estén en manos de alguien más, la vida te da una patada en la cara, no lo ves venir… quedas en el aire preguntándote mil veces porque…
Me deprimí, mi mundo dejó de girar y solo me quedé en piloto automático.
Me costó mucho volver a encontrar alegría en lo que me lastimó tanto, pero ahí vino la leccion: no hay que dejar que otros determinen cuanto vales y si vas a alcanzar tus sueños. Trabaja para ti y por alcanzarlos tu solo, porque todos «se alegran» cuando te ven bien, pero nadie está ahí para recoger los pedazos cuando te rompes.
Al final depende de uno mismo como decides enfrentar el «Fracaso», reconstruirte y como perder el miedo de seguir luchando por hacer lo que amas.
Como dice Dory: «Just keep swiming» ?❤
-Alex